miércoles, 6 de marzo de 2013

Artículo 56: reflexiones sobre 2 años y 3 meses de selva



Me queda este artículo, el último de 56, para hacer una reflexión sobre dos años y tres meses de trabajo entre mi casa y la selva de Tambopata. Sobre algo con lo que soñaba desde chico. Tenía 20 años y ya formaba parte de un proyecto de conservación y desarrollo sostenible que me cambió la perspectiva de vida en muchos sentidos. Sin exagerar, todo eso me hizo crecer como persona. Me tocó un equipo admirable con gran misión: enseñar y fomentar una mejor calidad de vida en la selva a través de la protección del medio ambiente. Para mí era una aventura, un reto. Tendría que viajar seguido a la selva, solo, y vivir lo que muy pocos han vivido: ver la selva a través de los ojos de su gente. Gente que enseña, y mucho.

Martin me dio la oportunidad de entrar a RFE y me contó de este proyecto de turismo vivencial sostenible, en el que familias de Tambopata ofrecerían sus hogares como alojamiento para viajeros que quisieran un mayor contacto con la selva a través de su cultura. Sin pensarlo, me apunté. Un mes después, en enero de 2010, ya partía rumbo a Tambopata por tres semanas. Acababa de conocer a Chío para que me explique lo que iba a ser mi primer trabajo o aventura. En el momento no había diferencia. Qué tal ansiedad.

Y así volví a Tambopata después de 7 años, listo para recorrer todas las futuras casas hospedaje o “homestays” del proyecto. Me acuerdo perfecto de la primera vez que llegué a Kapievi para conocer a Pieri, Andrea y Kathe. Terminé siendo prácticamente adoptado. Al menos yo me sentía un hijo más. Me engreían tanto que hicieron que no me diera cuenta que la comida era solo vegetariana. Linda gente la de Kapievi, un lugar en el que es imposible no sentirse bien. En Amazon Shelter volví a tener 10 años. Estaba fascinado con todos los animales que se rehabilitaban allí para intentar volver a su hábitat. Qué manera de quererlos, la de Maga. Siempre andaba cerca Pepe, un mono aullador que me acompañaba mientras escribía mis textos en las noches, y cantaba cuando le ponía música en mi laptop. Esta es la especie más bulliciosa de reino animal después de la ballena azul, complicado concentrarse. Y que bien comí los días siguientes en Villa Hermosa, ahí no más de la ciudad. Don Manuel, su esposa y sus hijas saben cómo hacer que uno la pase bien en su casa. Cuando llegué a La Habana ya me habían contado que un jaguar se había comido a las ovejas del profe Lovón. Él es una persona muy interesante, muy amable. Muy gracioso también el profe, me acuerdo como se reía cuando lo molestaba diciéndole para caminar sus trochas disfrazados de oveja. En Parayso me recibió una gran familia. Los Balarezo. Qué manera de cocinar la de doña Beatriz, que buenas historias las del incansable don Francisco. Qué buen amigo es Percy. Sus trochas parecen estar en medio de la selva, no tan cerca de la ciudad. Caminábamos y el agua empozada de las lluvias casi se nos metía en las botas. Tan buen bosque como el de K'erenda. Conversaba mucho con don Victor en el comedor después de comer, me contaba sus historias, de cómo recuperó el bosque en el que creció. Y Rosita siempre estaba ahí, sonriente. Al último que conocí del Corredor Tambopata fue a Ronald. Un personaje, un niño grande. Conversábamos de todo, mientras recorríamos Botafogo, esa playa que cuando baja el río crece hasta los 3 km de largo. Y yo no creía mucho en el tunche hasta esa noche, en la que salí al baño medio dormido y sentí un extraño silbido y algunos escalofríos. Así pasaron 3 semanas.

Iba a volver un mes después. La misión era distinta: navegar el río Tambopata a través de los sectores de Infierno, Sachavacayoc, Condenado y Baltimore. Había más familias, más personajes. No había señal de teléfono. Todo era selva y más selva. Llegué al puerto y entró en escena don Fede, el motorista y humorista de mi viaje. Un fiel acompañante con la nariz aplastada por la patada de un toro. Un grande del río. Más adelante se nos unió Cesar. Chocolate. Creo que el personaje de este segundo viaje. Siempre con su GPS, registrando cada paso que dábamos en el monte. Empezó acompañándome como guía, termino siendo mi pataza. Y así recorrimos el Tambopata 4 horas río arriba hasta El Gato. Un lugar de naturaleza espectacular, construido con esfuerzo por Eduardo y su familia, los Ramirez. Son pescadores artesanales, y conocen muy bien la quebrada donde han pescado por décadas desde pirañas hasta monstruos de río. Bajé con don Fede a conocer a don Manuel, que nos llevó por su chacra. Creo que nunca había visto tantas frutas. Frutas raras. Tengo la imagen de él subido en su escalera, sacando zapote, noni, copoazú. Y nada como madrugar para recorrer las trochas. Algunas más complicadas que otras, como la del lago Sachavacayoc. Javier Huinga nos llevaba y cada vez lo veía más hundido en el agua, ya casi iba a nadar. Pero lo seguíamos, o nos perdíamos. Recorrimos castañales, como el de los Valera, y bajamos luego a Infierno para conocer a los Ese’ejas. Ellos viven en comunidad, y están organizados para proteger su reserva comunal. Los Mishaja, familia de chamanes, manejan Ñape y Mahosewe. Son gente que conoce la selva mejor que cualquiera. Los Durand viven en Saona, que en lengua nativa significa boa.
Así fueron pasando 10 días de caminatas en bosques inundados, con el agua hasta el cuello, de encuentros inesperados con animales alucinantes, de amaneceres en lagos, noches infestadas de estrellas sobre el río Tambopata, largas conversaciones con gente de la que se aprende mucho, muchísimo. Claramente había una diferencia en este tipo de viaje a la selva, en el que compartes la naturaleza de la mano con la cultura de la gente que te muestra el lugar en el que ha vivido toda su vida. He tenido la suerte de quedarme en albergues, también. Pero lo que se aprende, lo que uno se lleva a casa cuando comparte con estas familias es invalorable y no se encuentra en otro tipo de viaje.
Pero estos sólo serían mis primeros meses en el proyecto. Los más intensos, definitivamente, en todo el sentido de la palabra. Tal vez exagere un poco, pero volví y me sentía distinto. Aprendí y viví mucho en poco tiempo. Toda la gente que me recibió tuvo algo para enseñarme, y valoro mucho esa visión compartida de conservación, de mostrar al mundo una maravilla natural en lugar de vivir de ella de manera extractiva.

Ahora, después de muchos viajes a Tambopata, me siento bien con lo que hice. Sé que dejé una parte de lo mejor de mí en la selva, y me llevé parte de ella también.
Ya son 20 familias en Tambopata Homestays unidas a esta misión de proteger la selva. Ellos no ofrecen turismo, ofrecen conservación, y el Perú necesita que esta iniciativa de gente local se expanda para poder proteger toda la riqueza natural que posee y frenar las actividades que atentan contra ella. 

Gracias Martin por la oportunidad, otra vez. Creo que ya sabes cuánto la valoro. Hubiera sido bacán que te quedaras más tiempo con nosotros. Chío Martinez, gracias por todo, por ese amor que le pones a tu chamba y que contagia, por prácticamente adoptarme en ese primer viaje en el que yo andaba medio perdido. Y después entraste tú, Chío Lombardi. Dos Chíos en el proyecto. Qué tal buen humor el tuyo, siempre con esa risa que da risa. Entró Jeff, también, con sus fotos alucinantes. Y al final entraron Guido y Alex con su equipo de trabajo, Ciro y las chicas, con su gran toque de humor también, y una visión de turismo responsable ejemplar y de la que se puede aprender mucho. Sandra, tú también entraste junto a ellos. Tu caso es admirable, chambeando para proteger la fauna de Madre de Dios y por el desarrollo sostenible de su gente.

Espero que sus incansables esfuerzos por proteger la selva continúen por mucho tiempo más. Se necesita personas como ustedes.
Gracias a todos por todo. Yo estoy seguro de que voy a volver. Por ahora, tengo que guardar mis botas de hule y sacar unos zapatos de vestir por un tiempo. 

Tito

martes, 5 de marzo de 2013

Lagos en la selva




En Tambopata se conoce como “cochas” a los lagos que son formados por el cambio de curso de los ríos. Suelen tener forma de media luna, por lo que en inglés se los conoce como “oxbow lakes”. En ellos, la vida es incalculable. Albergan especies en peligro de extinción que ya se encuentran poco en los ríos, como el lobo de río o nutria gigante y el caimán negro. A lo largo del río Tambopata están las trochas que llevan hacia los principales lagos de la zona. En Infierno está el lago Cocococha, un lago de gran valor ancestral para la cultura Ese’eja, dominante de la zona. Se puede llegar caminando desde lugares como Ñape y Mahosewe, donde, probablemente, algún miembro de la familia Mishaja llevará al viajero con mucho gusto. También está el lago Tres Chimbadas, probablemente el mejor lugar para observar lobos de río en su hábitat natural. Hay que llegar al amanecer para poder verlos cazando cerca de las orillas. Río arriba, en el sector de Sachavacayoc está el lago del mismo nombre. En cuanto a paisaje, probablemente el más espectacular de todos en la zona del Tambopata. Caminar hacia allá con Javier Huinga, ex guarda parques de la Reserva Nacional Tambopata, es toda una aventura. El lago más alejado de todos es el Condenado. En realidad se trata de varios lagos, aproximadamente 4, que están unidos por pequeños caños.
En los lagos llama la atención esa calma que se pierde en la inmensidad del agua, en los árboles enormes de las orillas, en el silencio. Los que no tardan en aparecer son los shanshos, aves grandes y coloridas muy ruidosas. Probablemente pasen guacamayos volando, siempre en parejas. Incluso, a veces se puede ver especies de mono en los árboles. Todo se trata de paciencia. Lo mejor es ir a disfrutar esa calma, ya que cuando uno no espera más, es premiado con sorpresas por la selva.

viernes, 1 de marzo de 2013

El Tunche



La gente antigua de la selva cuenta de que el espíritu del tunche andaba merodeando y silbando por Tambopata. Doña Beatriz, quien vive en El Parayso hace muchas décadas, en las afueras de Puerto Maldonado, cuenta que oía los silbidos muy finos que venían desde el bosque. Pero cuenta que ella no solía asustarse. Sin emabrargo, una noche estaba durmiendo junto a su marido, Don Francisco, y oyeron el silbido. Este salió de la casa y empezó a insultar al espíritu, mientras ella le reclamaba por hacerlo, al tratarse de ser un espíritu maligno. Cuando Don Francisco volvió a dormir, empezó a sentir malestar y comenzó a quejarse, como si alguien lo estuviera molestando. Doña Beatriz tuvo que despertarlo y calmarlo. Le dijo que no vuelva a insultar ni burlarse del tunche, y este no volvió a hacerlo.

Cuenta la leyenda de la selva que el tunche es un espíritu cuyo silbido llama la atención de quienes merodean por la selva, y se aparece en forma humana para perder a su víctima y desaparecerla en la espesura del bosque. También se dice que su silbido es un augurio de muerte. 

Colpas de mamíferos




No solo ciertas aves se alimentan de la arcilla de los acantilados de la selva. Hay especies de mamíferos que también utilizan esta tierra como nutriente para contrarrestar las toxinas de lo que forma parte de su dieta y aprovechar los minerales. Las colpas de mamíferos, a diferencia de las de los pericos, loros y guacamayos, se encuentran al interior de la selva. Son probablemente el mejor lugar para el avistamiento de este tipo de animales. Con paciencia y cautela, se puede llegar a ver enormes mandas de huanganas o sajinos en las colpas, así como tapires e, incluso, monos aulladores, los cuales bajan de los árboles dejándose ver con mayor facilidad. Esta actividad se puede realizar tanto de día como de noche, según la especie que se quiera observar. Desde luego, siempre hay que tener algo de suerte. Para los avistamientos nocturnos, es mejor que no haya luna llena. Mientras mayor sea la oscuridad, mayor serán las probabilidades de encontrar alguna especie alimentándose en la colpa.

Varias de las casas hospedaje de Tambopata Homestays tienen trochas que llevan a colpas de mamíferos. Para conocer más sobre ellas, visita www.tambopataecotours.com

jueves, 21 de febrero de 2013

Collpas de loros y guacamayos




Casi todos los amaneceres de Tambopata son escenario de uno de los espectáculos naturales más coloridos y asombrosos del reino animal. Se trata de un festín en el que aves de sorprendente color se alimentan de la arcilla de ciertos acantilados que se forman en las orillas del río. De las 17 especies de loros y pericos, una de las más comunes es el loro de cabeza gris. Las aves más pequeñas son las primeras en llegar. Primero se posan en árboles cercanos hasta asegurarse de que no hay depredadores cerca, como el águila arpía o el halcón de la carretera. Cuando ven que no hay peligro, empiezan a bajar a la colpa y empieza el espectáculo. Estas aves ingieren la arcilla para contrarrestar las toxinas de ciertas frutas que forman parte de su dieta, aunque se dice que también se nutren de los minerales que esta contiene. Como no tienen dientes, aprovechan las pequeñas piedras del barro para poder moler ciertas semillas que también forman parte de su menú.
Mientras los loros y pericos se alimentan, los guacamayos, de mayor tamaño y variedad de colores, se juntan en los árboles. Están los guacamayos rojo y azul, rojo y verde, azul y amarillo, entre otros. Son en total 8 especies de guacamayo las que habitan en Tambopata. Una vez que bajan, espantan a las demás aves, y continúa la segunda parte del espectáculo natural.
Este es uno de los momentos más preciados para los birdwatchers, los cuales se levantan muy temprano por la mañana, aproximadamente a las 5 am, para caminar por trochas hacia el río y ocultarse en refugios camuflados para poder tomar fotos espectaculares.

Para más información sobre las collpas y la observación de aves, visita www.tambopataecotours.com

Caminatas en la selva




Donde un viajero ve una variedad de tonalidades de verde, un nativo encuentra un mundo muy diverso. La selva de Tambopata es uno de los ecosistemas más ricos en diversidad de especies en el mundo y, por ello, es un paraíso para los amantes de la naturaleza. Muchos visitantes, estudiantes e investigadores recorren la selva en búsqueda de la innumerable variedad de especies de flora y fauna. Recorrer las trochas en los bosques con un nativo significa ver la selva a través de sus ojos, y poder encontrar lo que un grupo de viajeros solos jamás podría encontrar.

Lo primero que salta a la vista a lo largo de las caminatas es la inmensa variedad de especies de flora, desde los más pequeños retoños, hasta los más grandes árboles de la Amazonía como el castaño, los ficus o el shihuahuaco. Algunas especies han formado sorprendentes simbiosis, como por ejemplo, el arbusto de la tangarana y las hormigas, las cuales protegen lo protegen y limpian los alrededores para darle acceso a la luz solar a cambio de un refugio y alimento en sus ramas.

Encontrar vida salvaje depende mucho de la suerte. Los animales están ahí, observando al viajero, mucho antes de que este pueda darse cuenta. Nunca faltarán los insectos. Tal vez haya al lado del camino alguna cueva de tarántula, o un murciélago volando por encima de los caminantes aprovechando la oportunidad y comiéndose los insectos que se espantan con cada paso. Puede ser que alguna especie de mono aparezca en los árboles, o que se perciba el olor de una manada de huanganas a lo lejos. Nada aparecerá con certeza. Lo que sí es seguro, es que la selva puede sorprender hasta en el momento más inesperado.

Para más información sobre esta actividad, visita www.tambopataecotours.com

lunes, 18 de febrero de 2013

Caimaneo en la selva




Saquen sus linternas, un faro potente y salgan en bote al río Tambopata a buscar caimanes en la noche. Cuando hay suerte, aparecerán a lo lejos los ojos brillantes de algún caimán en la orilla del río. El motorista debe acercarse con mucho cuidado para no espantar al animal. Podría tratarse de un caimán blanco (caiman crocodilus), la especie más común de la zona. Es raro que llegue a medir más de dos metros, por lo que se alimenta de animales pequeños como peces y anfibios. También podría tratarse, con más suerte aún, de un caimán negro (melanosuchus niger). Esta especie amenazada y de color oscuro es poco común en el río, y suele encontrarse más en los lagos de la zona. Puede alcanzar los 6 metros de largo, siendo uno de los depredadores más grandes y peligrosos de la selva amazónica.
Mientras más oscura sea la noche, mejor será la caimaneada. Salir en bote al río en medio de la oscuridad es toda una aventura, y buscar a estos reptiles en su hábitat natural es una experiencia que no debe dejarse pasar en un viaje a la selva.

Para más información sobre esta actividad, visita www.tambopataecotours.com